Esta redacción tiene base en el accidente real
de un avión de la Fuerza Aérea chilena
ocurrido en 1985 cerca de Punta Arenas.
de un avión de la Fuerza Aérea chilena
ocurrido en 1985 cerca de Punta Arenas.
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Despegaron en un avión Canberra PR-9, pocas
horas después del almuerzo, en una misión de reconocimiento y fotografía dentro
del territorio nacional. Nada fuera de lo común salvo por el clima del sur de
Chile.
Este modelo de avión de reconocimiento estratégico cuenta con dos cabinas
separadas. En la cabina de comando se encontraba el Comandante Sanhueza, un
piloto experimentado y querido por sus subalternos. En la cabina del navegante,
sentado como un niño con sus juguetes, el Teniente Sergio Canales, un oficial de
30 años de edad, muy profesional, analítico y destacado entre sus compañeros.
Mientras miles de chilenos en ese mismo
instante estaban sentados en sus escritorios revisando papeles y sumando con
calculadoras, ellos dos volaban sobre bosques vírgenes del sur estudiando y topografiando
el terreno. Para dos oficiales de la Fuerza Aérea habría sido un trabajo
rutinario de no ser por la condimentación que estaba agregando un clima que
empeoraba minuto a minuto.
Era cerca de las 16:00 horas así que a pesar
de las nubes negras y la densa lluvia aún podían volar, ver la superficie y
cumplir su objetivo. Un avión como el PR-9 puede resistir turbulencias mucho
peores, salvo que en esta oportunidad la constante vibración, los fuertes
embates del viento que en un segundo lo levantaban y en el siguiente lo hacían
caer al vacío, terminaron por soltar un PIN, un solo PIN. El preciso de la
palanca de eyección del asiento del piloto.
Flotando en medio de la tormenta, ahora con
el agua mojando el visor de su casco, vio cómo se alejaba el avión. En el
primer segundo sin entender qué pasaba y en el siguiente, invadido por el
terror de una situación que estaba bajo su responsabilidad como oficial
superior.
“¡Canales, eyecte!” – Ordenó con un grito
desesperado, pero consciente de que ya era inútil.
Con el paracaídas abierto caía al valle
sobre el que estaba volando mientras piloteaba y el avión se dirigía de frente
a una montaña sobre la cual tenía pensado volar segundos antes. El curso del
avión era seguro para pasar, pero sin un piloto el viento podía hacer cualquier
cosa.
“Que pase. Que pase” – Pensó el comandante
apretando los ojos y entregando su fe a un ser superior, pues no obstante su
rango ya no tenía el control de la situación.
El avión pasó sobre la cima de la montaña para
abrirse paso entre las nubes de un nuevo valle.
***
“¿Comandante Sanhueza?” – Preguntó el Teniente
al sentir el remezón del avión. – “Comandante, responda por favor ¿Me copia?”
Obligado a seguir el procedimiento dijo –
“Comandante, si no responde me eyectaré en 15 segundos”.
…3, 2, 1. – “Comandante, inicio eyección” –
Tal como se les había enseñado en la academia y en los innumerables cursos de
pilotaje y seguridad, el Teniente Canales puso su espalda recta y completamente
apoyada en el respaldo de la silla, apoyó la cabeza atrás, llevó las manos a las
manillas de eyección ubicadas entre sus rodillas y tiró con fuerza.
Nada. ¡Nada! Seguía dentro de la cabina y
mientras por su mente pasaban las groserías más desesperadas, se agachó a mirar
los controles del sistema de eyección que recién entonces, con una explosión
tardía, lo lanzó disparado hacia arriba con una fuerza de 12G. Desprevenido y
casi en la peor postura para un piloto.
Inmediatamente su visión comenzó a nublarse y lo último que vio fue el avión cayendo y
explotando al chocar contra una colina.
***
Acababa de tener una discusión con su esposa
y su ánimo era el peor como para ser molestado en su casa por algún oficial,
así que el sargento que había golpeado la puerta, al verle el rostro, se sintió
no sólo incómodo, sino que también intimidado.
A sus 34 años, el Capitán Joaquín Canales
inspiraba autoridad, era respetado por sus subalternos y valorado por sus
superiores. Mucho más, querido por sus amigos y compañeros más cercanos.
“Capitán Canales, el… El Oficial de Órdenes
necesita hablar con usted”.
“¿Ahora?” – “Sí, Señor. Parece ser urgente”.
En la base aérea, Tellano, el Oficial de
Órdenes a cargo, recibió al Capitán Canales en su despacho. Experimentado, ya
sabía que no debía dilatar la noticia.
“Capitán, su hermano, el Teniente Canales…
está perdido” – Dijo con voz seria.
Hay muchas maneras de perderse en la vida,
pero que un oficial de la Fuerza Aérea te lo diga reduce el abanico de
posibilidades a sólo unas pocas. Todas con una probabilidad de muerte demasiado
alta.
“Volaba con el Comandante Sanhueza en un
reconocimiento topográfico sobre un bosque cerca de aquí y perdimos contacto
hace unas horas. Estamos preparando las acciones de búsqueda, pero hay un clima
de mierda en la zona que no dejará que cualquier vehículo acceda.” – Paró para
respirar, tal vez suspirar.
“No quería que nadie lo supiera antes que
usted, Capitán” – Pero eso no bastaba para colorear la cara blanca del Capitán
que, a esa altura, casi no podía escuchar o percibir su entorno.
“Yo fui instructor de Sergio y, créame, él
está bien. Si hay alguien preparado para esto, es él” – Ahora, ya dada la
noticia, estaba menos tenso y se refería al Teniente por su nombre.
“Hágame un favor, Canales” – Agregó con la
vista en su escritorio – “Avísele a la familia. Llame a su casa. Tiene a su
plena disposición nuestros equipos y nuestros vehículos”
El Capitán Canales se despidió agradecido
por la confianza y sin poder dejar sus sentimientos de lado, se dirigió a la
casa de su hermano, ubicada justo al lado de la suya en una villa militar en la
ciudad de Punta Arenas.
En el camino decidió ir primero a su casa,
pues Marianela, su esposa, era muy amiga de su cuñada y con seguridad sabría
cómo apoyarla en esos momentos. Golpearon la puerta juntos y ella abrió. Se
evidenció en su rostro la extrañeza ante una visita así, en horario de servicio,
pero ellos esperaron a estar dentro para contarle.
“Rucia, Sergio está perdido” – Le contó toda
la información con que la Fuerza Aérea contaba hasta el momento y ella sólo
lloraba. Marianela también lloraba, pero el Capitán no se podía permitir ese
lujo y debía continuar con su deber.
Mientras Marianela preparaba café, el
Capitán llamó por teléfono a los suegros de su hermano. Los conocía y los
estimaba mucho, no era una llamada fácil. Nada era fácil ese día. Contestó el
suegro y luego de unos breves saludos protocolares:
“…Lo estoy llamando para contarle que mi
hermano está perdido”.
Todo familiar de un piloto sabe de los
riesgos a los que están expuestos, pero jamás esperan que ocurra. El viejo,
sin una palabra más, se puso a llorar. Entendía la situación demasiado bien
como para quedarse tranquilo. El Capitán permanecía en silencio al otro lado del
teléfono intentando ser inmune al llanto de un hombre que los apreciaba a
Sergio y a él casi como hijos propios.
“¿Qué se puede hacer?” – Dijo una vez
repuesto.
“Ya estamos ‘haciendo’. Aquí comenzaron a
movilizarse incluso antes de que me informaran. Seremos los primeros en
enterarnos de cualquier novedad. Yo lo llamaré a usted de inmediato” – Luego se
despidió y se tomó su tiempo para respirar después de colgar el teléfono.
La llamada más difícil fue la que el Capitán
le hizo a su madre. ¿¡De qué manera alguien le dice a su madre que su hijo
menor está perdido y bien podría estar muerto!?
Esperó para llamar y cumplió su deber no de
Capitán de la Fuerza Aérea, sino de hijo. Los detalles de esta llamada quedarán
para siempre reservados sólo para la memoria del Capitán Canales.
***
El Teniente Canales despertó empapado y
colgando de un árbol. Todo estaba oscuro, ya avanzada la noche y rodeado de
montañas. Jamás había sentido tanto dolor en su cuerpo. Se descolgó con
dificultad y habiendo entendido la situación en que se encontraba comenzó a
repasar mentalmente los procedimientos de supervivencia.
Sacó de la parte de abajo del asiento el kit
de supervivencia. Tenía un bote inflable con cobertor que no sólo servía en el
agua, sino que también se podía utilizar como refugio en tierra. Tenía raciones
de comida para varios días, agua, chocolate e incluso una petaca con whiskey.
Agradeció internamente al que diseñó ese kit – “Estos gringos pensaron en
todo”.
Se autoevaluó para determinar si se podía
desplazar a tierra más alta o si se quedaba en el lugar. Estaba mal, el pecho
además de dolerle, le crujía, y tenía un dolor que atravesaba su espalda de
arriba abajo. Pero podía caminar. Revisó su PLB (Personal Locator Beacon, Faro
de Ubicación Personal) y ya estaba funcionando. Si una aeronave se acercaba lo
suficiente podría detectar la señal de radio o ver la luz. Todo en orden,
excepto el ‘blinker’, que era una pequeña señal luminosa que debía parpadear si
su compañero estaba con vida. No parpadeaba.
Se refugió en el bote a la espera del sol.
Le dolía masticar y tragar, se había partido los labios con algún golpe y le ardía la herida,
pero era necesario y el Teniente Canales era un hombre bien disciplinado que
sabía que podrían pasar varios días antes de que lo encontraran. Si es que el
clima lo permitía. Escuchó los gritos de la tormenta durante toda la noche y casi
no pudo descansar.
En la mañana siguiente se despertó aún más
adolorido que el día anterior. Aún así inició su ascenso hacia la cima de la
montaña. Escuchaba ecos en la lejanía, pero no distinguía si eran ruidos de
motores o engaños de la tormenta que parecía despedirse de su víctima.
Cerca del medio día se detuvo agobiado por
el dolor y revisó su equipo. El PLB parecía funcionar a la perfección, pero el
‘blinker’ seguía sin señalar la vida del Comandante Sanhueza. Un ruido de motor le hizo mirar al cielo con
esperanza. Era un avión de la Fuerza Aérea. Inequívocamente. Un Cessna A-37
Dragonfly pasaba a baja altura por el valle flanqueado por la montaña que él
estaba subiendo. Era un avión liviano y pequeño ideal para labores de búsqueda.
Pasó de largo. Pero regresó y esta vez en vuelo invertido, con la cabina hacia
abajo.
El Teniente Canales comprendió e inició el
camino al lugar más cercano que divisó cerca del cual pudiera aterrizar un
helicóptero. Su cuerpo no le permitía
avanzar, el dolor y el esfuerzo le pasaban la cuenta. No supo cuánto tiempo
caminó entre nubes, la realidad lo abandonaba de a poco y ya no podía oír cuando vio la silueta de un helicóptero
descendiendo como a 50 metros y dos sombras saliendo de él. Levantó los brazos
para hacer señales, pero el esfuerzo le hizo perder el conocimiento y cayó boca abajo.
***
El Coronel Juan Bautista González llamó por
teléfono desde su oficina – “Canales, lo encontramos. Está vivo. Quédate
tranquilo”.
- “¡Muchas gracias, mi Coronel! ¿¡Dónde
está!?”.
- “En el Centro Clínico de la Armada.
Avísale a su señora, por favor”.
En dos minutos estaba golpeando la puerta de
la casa del lado. La esposa del Teniente abrió y a penas vio la silueta del
Capitán se puso a llorar y a gritar. –“No. ¡No! ¡Se murió! ¡Se murió! ¡Sergio!”.
Dos bofetadas suaves en tono de ‘cálmate’ y
el Capitán le dice – “Rucia, lo encontraron ¡Está vivo!” – Y partieron los 3 a
verlo de inmediato.
El Doctor Director del Centro Clínico se
hizo cargo del caso personalmente –"Tiene fracturado el esternón, lo demás, para
un militar como él son sólo ‘cariñitos’. Excepto que… mide 4 centímetros menos.
Según su ficha médica, medía 1,82 y ahora mide 1,78. En palabras simples: la
eyección comprimió su columna. Tendrá que quedarse con nosotros al menos una semana.
Está en la habitación contigua a la del Coronel Sanhueza”.
El Comandante Sanhueza no podía mirar al
Capitán Canales a los ojos. Sin conocer aún los aspectos técnicos de lo que
había pasado el día anterior se sentía culpable por el accidente que pudo haber
terminado en la muerte del Teniente. En el tono más humilde le preguntó al
Capitán si la esposa de Sergio aceptaría conversar con él para pedirle
disculpas por lo sucedido.
- “Un piloto como usted, con sus horas de
vuelo, mi Comandante, difícilmente cometería un error de aficionado. Eso lo
sabemos y siempre estamos todos expuestos a accidentes. Nadie lo está culpando y creemos que tal vez si no fuera por su experiencia, la historia habría terminado de otra manera. Lo importante ahora es
que están ambos vivos y bastante bien”.
El General XXX estaba hace horas en el
Centro Clínico de la Armada y se acercó al Capitán Canales para conversar.
- “Me alegra que los hayamos encontrado
vivos. Se necesita mucho más que eso para matar a mis soldados” – Respiró un
par de segundos y continuó – “Tenemos un avión a su disposición para que viaje a
la ciudad de su madre y desde el aeropuerto un vehículo con chofer para que lo
lleve. Vaya a verla de inmediato y cuéntele lo sucedido. Tiene que ser ahora
porque esto ya se filtró a la prensa y quiero que ella se entere por boca de su
propio hijo”.
El Director del Centro Clínico en la última
ronda del día fue a ver a los pacientes. Tercos como si fueran militares, se
levantaron de sus camas contra todas las instrucciones de los médicos y se
juntaron a conversar. El director los encontró en el pasillo, abrazados
llorando. Le pidieron una botella de whiskey, ante lo cual aceptó de inmediato y los dos uniformados pasaron una noche entera hablando de la vida y la muerte.