miércoles, 15 de junio de 2016

Accidente Aéreo

 Esta redacción tiene base en el accidente real
de un avión de la Fuerza Aérea chilena
ocurrido en 1985 cerca de Punta Arenas.

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Despegaron en un avión Canberra PR-9, pocas horas después del almuerzo, en una misión de reconocimiento y fotografía dentro del territorio nacional. Nada fuera de lo común salvo por el clima del sur de Chile.

Este modelo de avión de reconocimiento estratégico cuenta con dos cabinas separadas. En la cabina de comando se encontraba el Comandante Sanhueza, un piloto experimentado y querido por sus subalternos. En la cabina del navegante, sentado como un niño con sus juguetes, el Teniente Sergio Canales, un oficial de 30 años de edad, muy profesional, analítico y destacado entre sus compañeros.

Mientras miles de chilenos en ese mismo instante estaban sentados en sus escritorios revisando papeles y sumando con calculadoras, ellos dos volaban sobre bosques vírgenes del sur estudiando y topografiando el terreno. Para dos oficiales de la Fuerza Aérea habría sido un trabajo rutinario de no ser por la condimentación que estaba agregando un clima que empeoraba minuto a minuto.

Era cerca de las 16:00 horas así que a pesar de las nubes negras y la densa lluvia aún podían volar, ver la superficie y cumplir su objetivo. Un avión como el PR-9 puede resistir turbulencias mucho peores, salvo que en esta oportunidad la constante vibración, los fuertes embates del viento que en un segundo lo levantaban y en el siguiente lo hacían caer al vacío, terminaron por soltar un PIN, un solo PIN. El preciso de la palanca de eyección del asiento del piloto.

Flotando en medio de la tormenta, ahora con el agua mojando el visor de su casco, vio cómo se alejaba el avión. En el primer segundo sin entender qué pasaba y en el siguiente, invadido por el terror de una situación que estaba bajo su responsabilidad como oficial superior.

“¡Canales, eyecte!” – Ordenó con un grito desesperado, pero consciente de que ya era inútil.

Con el paracaídas abierto caía al valle sobre el que estaba volando mientras piloteaba y el avión se dirigía de frente a una montaña sobre la cual tenía pensado volar segundos antes. El curso del avión era seguro para pasar, pero sin un piloto el viento podía hacer cualquier cosa.

“Que pase. Que pase” – Pensó el comandante apretando los ojos y entregando su fe a un ser superior, pues no obstante su rango ya no tenía el control de la situación.

El avión pasó sobre la cima de la montaña para abrirse paso entre las nubes de un nuevo valle.

***

“¿Comandante Sanhueza?” – Preguntó el Teniente al sentir el remezón del avión. – “Comandante, responda por favor ¿Me copia?”

Obligado a seguir el procedimiento dijo – “Comandante, si no responde me eyectaré en 15 segundos”.

…3, 2, 1. – “Comandante, inicio eyección” – Tal como se les había enseñado en la academia y en los innumerables cursos de pilotaje y seguridad, el Teniente Canales puso su espalda recta y completamente apoyada en el respaldo de la silla, apoyó la cabeza atrás, llevó las manos a las manillas de eyección ubicadas entre sus rodillas y tiró con fuerza.

Nada. ¡Nada! Seguía dentro de la cabina y mientras por su mente pasaban las groserías más desesperadas, se agachó a mirar los controles del sistema de eyección que recién entonces, con una explosión tardía, lo lanzó disparado hacia arriba con una fuerza de 12G. Desprevenido y casi en la peor postura para un piloto.

Inmediatamente su visión comenzó a nublarse  y lo último que vio fue el avión cayendo y explotando al chocar contra una colina.

***

Acababa de tener una discusión con su esposa y su ánimo era el peor como para ser molestado en su casa por algún oficial, así que el sargento que había golpeado la puerta, al verle el rostro, se sintió no sólo incómodo, sino que también intimidado.

A sus 34 años, el Capitán Joaquín Canales inspiraba autoridad, era respetado por sus subalternos y valorado por sus superiores. Mucho más, querido por sus amigos y compañeros más cercanos.

“Capitán Canales, el… El Oficial de Órdenes necesita hablar con usted”.

“¿Ahora?”“Sí, Señor. Parece ser urgente”.

En la base aérea, Tellano, el Oficial de Órdenes a cargo, recibió al Capitán Canales en su despacho. Experimentado, ya sabía que no debía dilatar la noticia.

“Capitán, su hermano, el Teniente Canales… está perdido” – Dijo con voz seria.

Hay muchas maneras de perderse en la vida, pero que un oficial de la Fuerza Aérea te lo diga reduce el abanico de posibilidades a sólo unas pocas. Todas con una probabilidad de muerte demasiado alta.

“Volaba con el Comandante Sanhueza en un reconocimiento topográfico sobre un bosque cerca de aquí y perdimos contacto hace unas horas. Estamos preparando las acciones de búsqueda, pero hay un clima de mierda en la zona que no dejará que cualquier vehículo acceda.” – Paró para respirar, tal vez suspirar.

“No quería que nadie lo supiera antes que usted, Capitán” – Pero eso no bastaba para colorear la cara blanca del Capitán que, a esa altura, casi no podía escuchar o percibir su entorno.

“Yo fui instructor de Sergio y, créame, él está bien. Si hay alguien preparado para esto, es él” – Ahora, ya dada la noticia, estaba menos tenso y se refería al Teniente por su nombre.

“Hágame un favor, Canales” – Agregó con la vista en su escritorio – “Avísele a la familia. Llame a su casa. Tiene a su plena disposición nuestros equipos y nuestros vehículos”

El Capitán Canales se despidió agradecido por la confianza y sin poder dejar sus sentimientos de lado, se dirigió a la casa de su hermano, ubicada justo al lado de la suya en una villa militar en la ciudad de Punta Arenas.

En el camino decidió ir primero a su casa, pues Marianela, su esposa, era muy amiga de su cuñada y con seguridad sabría cómo apoyarla en esos momentos. Golpearon la puerta juntos y ella abrió. Se evidenció en su rostro la extrañeza ante una visita así, en horario de servicio, pero ellos esperaron a estar dentro para contarle.

“Rucia, Sergio está perdido” – Le contó toda la información con que la Fuerza Aérea contaba hasta el momento y ella sólo lloraba. Marianela también lloraba, pero el Capitán no se podía permitir ese lujo y debía continuar con su deber.

Mientras Marianela preparaba café, el Capitán llamó por teléfono a los suegros de su hermano. Los conocía y los estimaba mucho, no era una llamada fácil. Nada era fácil ese día. Contestó el suegro y luego de unos breves saludos protocolares:

“…Lo estoy llamando para contarle que mi hermano está perdido”.

Todo familiar de un piloto sabe de los riesgos a los que están expuestos, pero jamás esperan que ocurra. El viejo, sin una palabra más, se puso a llorar. Entendía la situación demasiado bien como para quedarse tranquilo. El Capitán permanecía en silencio al otro lado del teléfono intentando ser inmune al llanto de un hombre que los apreciaba a Sergio y a él casi como hijos propios.

“¿Qué se puede hacer?” – Dijo una vez repuesto.

“Ya estamos ‘haciendo’. Aquí comenzaron a movilizarse incluso antes de que me informaran. Seremos los primeros en enterarnos de cualquier novedad. Yo lo llamaré a usted de inmediato” – Luego se despidió y se tomó su tiempo para respirar después de colgar el teléfono.

La llamada más difícil fue la que el Capitán le hizo a su madre. ¿¡De qué manera alguien le dice a su madre que su hijo menor está perdido y bien podría estar muerto!?

Esperó para llamar y cumplió su deber no de Capitán de la Fuerza Aérea, sino de hijo. Los detalles de esta llamada quedarán para siempre reservados sólo para la memoria del Capitán Canales.

***

El Teniente Canales despertó empapado y colgando de un árbol. Todo estaba oscuro, ya avanzada la noche y rodeado de montañas. Jamás había sentido tanto dolor en su cuerpo. Se descolgó con dificultad y habiendo entendido la situación en que se encontraba comenzó a repasar mentalmente los procedimientos de supervivencia.

Sacó de la parte de abajo del asiento el kit de supervivencia. Tenía un bote inflable con cobertor que no sólo servía en el agua, sino que también se podía utilizar como refugio en tierra. Tenía raciones de comida para varios días, agua, chocolate e incluso una petaca con whiskey. Agradeció internamente al que diseñó ese kit – “Estos gringos pensaron en todo”.

Se autoevaluó para determinar si se podía desplazar a tierra más alta o si se quedaba en el lugar. Estaba mal, el pecho además de dolerle, le crujía, y tenía un dolor que atravesaba su espalda de arriba abajo. Pero podía caminar. Revisó su PLB (Personal Locator Beacon, Faro de Ubicación Personal) y ya estaba funcionando. Si una aeronave se acercaba lo suficiente podría detectar la señal de radio o ver la luz. Todo en orden, excepto el ‘blinker’, que era una pequeña señal luminosa que debía parpadear si su compañero estaba con vida. No parpadeaba.

Se refugió en el bote a la espera del sol. Le dolía masticar y tragar, se había partido los labios con algún golpe y le ardía la herida, pero era necesario y el Teniente Canales era un hombre bien disciplinado que sabía que podrían pasar varios días antes de que lo encontraran. Si es que el clima lo permitía. Escuchó los gritos de la tormenta durante toda la noche y casi no pudo descansar.

En la mañana siguiente se despertó aún más adolorido que el día anterior. Aún así inició su ascenso hacia la cima de la montaña. Escuchaba ecos en la lejanía, pero no distinguía si eran ruidos de motores o engaños de la tormenta que parecía despedirse de su víctima.

Cerca del medio día se detuvo agobiado por el dolor y revisó su equipo. El PLB parecía funcionar a la perfección, pero el ‘blinker’ seguía sin señalar la vida del Comandante Sanhueza.  Un ruido de motor le hizo mirar al cielo con esperanza. Era un avión de la Fuerza Aérea. Inequívocamente. Un Cessna A-37 Dragonfly pasaba a baja altura por el valle flanqueado por la montaña que él estaba subiendo. Era un avión liviano y pequeño ideal para labores de búsqueda. Pasó de largo. Pero regresó y esta vez en vuelo invertido, con la cabina hacia abajo.

El Teniente Canales comprendió e inició el camino al lugar más cercano que divisó cerca del cual pudiera aterrizar un helicóptero.  Su cuerpo no le permitía avanzar, el dolor y el esfuerzo le pasaban la cuenta. No supo cuánto tiempo caminó entre nubes, la realidad lo abandonaba de a poco y ya no podía oír cuando vio la silueta de un helicóptero descendiendo como a 50 metros y dos sombras saliendo de él. Levantó los brazos para hacer señales, pero el esfuerzo le hizo perder el conocimiento y cayó boca abajo.



***

El Coronel Juan Bautista González llamó por teléfono desde su oficina – “Canales, lo encontramos. Está vivo. Quédate tranquilo”.

- “¡Muchas gracias, mi Coronel! ¿¡Dónde está!?”.
- “En el Centro Clínico de la Armada. Avísale a su señora, por favor”.

En dos minutos estaba golpeando la puerta de la casa del lado. La esposa del Teniente abrió y a penas vio la silueta del Capitán se puso a llorar y a gritar. –“No. ¡No! ¡Se murió! ¡Se murió! ¡Sergio!”.

Dos bofetadas suaves en tono de ‘cálmate’ y el Capitán le dice – “Rucia, lo encontraron ¡Está vivo!” – Y partieron los 3 a verlo de inmediato.

El Doctor Director del Centro Clínico se hizo cargo del caso personalmente –"Tiene fracturado el esternón, lo demás, para un militar como él son sólo ‘cariñitos’. Excepto que… mide 4 centímetros menos. Según su ficha médica, medía 1,82 y ahora mide 1,78. En palabras simples: la eyección comprimió su columna. Tendrá que quedarse con nosotros al menos una semana. Está en la habitación contigua a la del Coronel Sanhueza”.

El Comandante Sanhueza no podía mirar al Capitán Canales a los ojos. Sin conocer aún los aspectos técnicos de lo que había pasado el día anterior se sentía culpable por el accidente que pudo haber terminado en la muerte del Teniente. En el tono más humilde le preguntó al Capitán si la esposa de Sergio aceptaría conversar con él para pedirle disculpas por lo sucedido.

- “Un piloto como usted, con sus horas de vuelo, mi Comandante, difícilmente cometería un error de aficionado. Eso lo sabemos y siempre estamos todos expuestos a accidentes. Nadie lo está culpando y creemos que tal vez si no fuera por su experiencia, la historia habría terminado de otra manera. Lo importante ahora es que están ambos vivos y bastante bien”.

El General XXX estaba hace horas en el Centro Clínico de la Armada y se acercó al Capitán Canales para conversar.

- “Me alegra que los hayamos encontrado vivos. Se necesita mucho más que eso para matar a mis soldados” – Respiró un par de segundos y continuó – “Tenemos un avión a su disposición para que viaje a la ciudad de su madre y desde el aeropuerto un vehículo con chofer para que lo lleve. Vaya a verla de inmediato y cuéntele lo sucedido. Tiene que ser ahora porque esto ya se filtró a la prensa y quiero que ella se entere por boca de su propio hijo”.

El Director del Centro Clínico en la última ronda del día fue a ver a los pacientes. Tercos como si fueran militares, se levantaron de sus camas contra todas las instrucciones de los médicos y se juntaron a conversar. El director los encontró en el pasillo, abrazados llorando. Le pidieron una botella de whiskey, ante lo cual aceptó de inmediato y los dos uniformados pasaron una noche entera hablando de la vida y la muerte.


La Despedida

Esta redacción se enmarca en la época de tensión entre Chile y Argentina
por la posesión de las Islas del canal Beagle en Diciembre de 1978.
Presenta una versión de lo sucedido en una de las bases de la Fuerza Aérea chilena.

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Llevaban una semana de acuartelamiento en la base aérea del aeropuerto Maquehue, a 3 Kms. de Temuco ante la alerta por el posible enfrentamiento con las fuerzas armadas argentinas.

En materia de 'dominio aeronáutico' la Fuera Aérea chilena presentaba una fuerte desventaja respecto a su par argentina debido a la topografía. La Cordillera de los Andes en el lado chileno desde las cimas más altas hasta el valle central tiene poca distancia y mucha pendiente, por lo que ante un ataque aéreo de Argentina, las Fuerzas Armadas Chilenas tendrían muy poco tiempo de respuesta.



Muy conscientes de esto, el objetivo de la escuadra era atacar la pista y los aviones de la base aérea de Zapala en el lado argentino.

Sin embargo, adicional al riesgo de muerte inherente a cualquier combate aéreo, los pilotos sabían que el combustible no alcanzaría para llegar a Zapala y regresar a Maquehue. Se había diseñado la operación para que llegaran a bombardear la base argentina y con el último aliento de combustible crucen de regreso la frontera y logren eyectar en el lado chileno. Pero si se veían en la necesidad de gastar combustible por combatir aire-aire ('dog fight') o eludir fuego antiaéreo, fácilmente podría no alcanzarles el combustible para caer en el lado chileno.


El kit de salvamento instalado en los aviones tenía lo necesario para alimentarse unos pocos días y llevaban suficiente armamento para defenderse en caso de que fuese necesario combatir en tierra luego de eyectar.


Los pilotos se preparan para esto durante toda su carrera militar, pero nadie en su sano juicio anhela morir, mucho menos si piensan en sus familias. Y estos hombres habían estado toda una semana en alerta con tiempo suficiente para pensar en sus vidas.

Sombrío era el clima que rodeaba a los efectivos de la base aérea cuando el 22 de Diciembre se dio la alerta debido a que Argentina inició la movilización de sus tropas. Todos los pilotos corrieron a sus aviones. Conocían el plan, conocían el riesgo y estaban dispuestos a sacrificarlo todo.

El Capitán Canales, de 34 años de edad, tenía entre otras la función de remover los PINs de seguridad de las bombas de los aviones. Si estos PINs permanecían en su lugar, las bombas no se desprenderían de los aviones.

Avión por avión, bomba por bomba, se aseguraba de que todo estuviera listo para que sus amigos pudieran cumplir su misión. Con una mirada triste les transmitía un "Todo listo" y ellos casi sin expresión facial, desde la cabina, le devolvían el gesto pensando en todos esos años de amistad, todas esas risas, juegos de póker, aventuras, paradas militares, desfiles, vuelos... ¿Nos volveremos a ver? ¿Seré yo quién deba avisarle a tu familia si hay una tragedia? Uno por uno, todos sus amigos... Barrientos, Topali, el Chafelo Marambio, Rodolfo Ugarte, Sergio Canales... el Teniente Canales, su hermano menor, de 30 años.

Removía los PINs de seguridad de las bombas del avión de su hermano y se aseguraba de que estuvieran mejor que nunca, que el avión y su equipamiento fueran lo único que no representara preocupación para él en esa misión.

- "No me hagas tener que ir a la casa a darle una mala noticia a la vieja. Perdería dos familiares de una vez" - Pensó el Capitán con un nudo en la garganta y lo miró a los ojos desde abajo cuando terminó.

Los pilotos estaban listos para despegar. Sólo faltaba la orden. 15 minutos, 30 minutos, una hora, una hora y media... Crecía y crecía la tensión. Si no morían en combate esos pilotos iban a terminar muriendo de ansiedad en la pista.

- "Bájense de los aviones. Hoy no será el día" - La orden del comandante sonó en toda la base aérea. Nunca se sabrá cuántas vidas fueron salvadas por la intervención papal ese 22 de Diciembre de 1978.

Algunos pilotos bajaban muy lento y mantenían el casco para que no les vieran las lágrimas. El personal de tierra salía a la pista a recibir a "los que siguen vivos", a los que vuelven a ver, a quienes los acompañarán en quién sabe cuántas historias más.

Ninguno regresó a casa. Esa misma noche todos los efectivos se juntaron en el casino de la base aérea a celebrar como se celebra el "estar vivo". 143 botellas de vino fueron vaciadas, una por persona, 36 de pisco y no pudieron contar las de ron.


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