Cuando él era un bebé yo tenía muchas ganas de que creciera pronto para que pudiera hablar y conversáramos cosas de padre e hijo. Ahora, con sus 6 años de edad, me río para mis adentros cuando me sorprendo a mí mismo pensando "No hay quien lo calle".
Hubo una época entre los 2 y los 4 años en que le gustaba irse a mi cama en la noche. Creo que mi deber como padre era no mal acostumbrarlo a eso. No sólo en favor de su independencia y educación, sino también para evitar los dolores de espalda que tengo después de dormir chueco en la cama con él, porque de verdad que se atraviesa hasta quedar perpendicular a mí.
Hoy en día, que se mete a mi cama no más de 2 veces por mes. Extraño tanto ese ruido de piecitos acercándose que me despertaban en la noche, el olor de su pelo y que use mi brazo como almohada. Pensar que hubo una época en que su estatura no le permitía subirse a mi cama y yo debía bajar una pierna para que él se sentara y yo lo subiera a la cama como ascensor. Hoy lo invito a quedarse en mi cama y me dice que prefiere dormir en la suya. Yo, feliz por su independencia y por verlo crecer, pero con el corazón partido.
Lo que he aprendido con esto está claro, pero su aplicación es difícil. Es súper fácil decir: "aprendí a disfrutar el presente sin extrañar el pasado, ni esperar el futuro". Pero disfrutar el presente de esa manera no es fácil, a veces se nos olvida.
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